No todo el tiempo el infierno está abajo, no en todos los momentos es subterráneo, a veces lo tenemos arriba…en nuestra cabeza, en nuestra mente y vamos a él no por mandato de otro, no, vamos, entramos en él por nuestra propia voluntad.
Es así como a través de las dudas, entramos en ese abismo, atravesamos el umbral del miedo y pasamos a ese calvario, a ese ultramundo de tinieblas, a ese estado agónico, donde caemos en el suplicio de dudar, de algunas veces estar bien y otras mal, de querer amar sin miedo, de querer mantener un equilibrio, una paz que pareciera no poder alcanzarse. Es un martirio.
Nosotros mismos nos condenamos, vivimos sumergidos en ese via crucis, en ese antro de temores, fundados o infundados que nos calcome el alma, el espíritu, en estado deplorable, que no es bueno para nadie.
Es crucial entonces, manejar la posibilidad de volver a creer, de darnos nuevamente una oportunidad, de buscar sosiego, tratar de no perder la fe, encontrar nuevamente la perspectiva, salir a flote, relajarse, pensar, entrar en contacto con la naturaleza. Rescatar el ánimo, buscar la forma de salir de allí, de esas llamas que queman la alegría y la esperanza.
Y si hay dios, seguramente entenderá que entramos allí por nuestra propia voluntad, pero nos dará fuerzas para salir de esa oscuridad, y aunque nos hayamos desviado de la luz, nos llenará de valor y nos ayudará a romper las cadenas que en nuestra mente se soldaron y nos ayudará a salir de este talud.
El infierno o el cielo están arriba o abajo, abajo o arriba, pero nunca fuera de nosotros mismos, pues somos nosotros mismos, los que por desgracia o fortuna, los creamos y accedemos a ellos a través de nuestros pensamientos y emociones.
Yo quiero ir paso a paso hacia mi propio cielo, poco a poco ir recuperando la confianza perdida, aquella que tuve un día.
ESPACIO DE ZOE 